—¡Va, pasa! —gritó ella desde la habitación.
—¿Ya?
—Sí, claro.
—Pero… ¿tan rápido? —preguntó, nervioso, todavía en el salón.
—Joder, otro igual…
—¿Qué…? No, no es eso. Pero ¿y si antes hablamos un rato?
—¿Has venido para hablar de mariconadas o para follar? Porque me puedes pagar y hablamos. Pero las cosas claras, que después una empieza a pensar que se ha librado y…
—Oye, que no es eso —interrumpió él—. Yo solo quiero hablar un rato hasta que… ya sabes, hasta que haga efecto.
—Ah, pues dilo antes… A ver, ¿y de qué quieres hablar, señor orador? —inquirió ella mientras volvía al salón para finiquitar el imprevisto.
—Pues… de lo que tú quieras. No sé.
— “De lo que tú quieras. No sé…” —repitió ridiculizándole—. ¿Cuántos años tienes…? ¿Tres?
—Pues algo sobre ti… de dónde eres, lo que te gusta hacer, cómo se llama ese perro delgaducho de ahí… —dijo señalando al dálmata que dormitaba junto al televisor.
—No, tú no quieres saber eso.
—Sí. Sí quiero.
—¿Ah, sí? ¿Y para qué? ¿Se lo vas a contar a tu hijita?… No. Tú quieres saber lo mismo que todos. ¿De verdad crees que eres el primero que me lo pregunta?
—Yo todavía no te he preguntado nada —corrigió él.
—No, pero es lo que quieres saber. Quieres saber por qué me metí a puta, ¿verdad?
—No.
—¿Que no?
—No, pero parece que tienes ganas de contarlo…
—¡Pero si has sido tú el que quería hablar! —exclamó, mientras hacía aspavientos.
—Sí, pero no de esto.
—Ves, por esa razón me hice puta. Porque hay cabrones como tú que vienen aquí y me pagan. Así de fácil es la historia.
—La historia seguro que es así de fácil, pero tú creerás que es por otra cosa —contestó el viejo, bravucón.
—“Ja, ja, ja”. ¿Así que te crees listo, además? Te voy a echar, hijo de puta. ¡Donnie!, ¡Donnie, ven! —comenzó a berrear mientras se acercaba a la puerta. El dálmata pegó un brinco y también se alteró, casi tanto como su dueña.
—No, para, no llames a nadie, por favor… Perdona.
—¿Ahora tienes miedo de que te pegue, eh?
—No.
—Y una mierda que no. ¿Tú estás loco?
—Me da igual si me pega, pero no me quiero ir.
—Pues Donnie te va a echar cuando le cuente que estás loco.
—Mira, olvidemos esto. ¿Quieres saber por qué he venido yo? Seguro que eso no te lo ha contado nadie —afirmó él.
—No, voy a llamar a Donnie y te va a pegar una paliza.
—Déjame contártelo y luego, si quieres, le llamas y que me pegue una paliza.
—Está bien… ¿Por qué has venido?
—He venido para recordar a mi mujer… —replicó cabizbajo.
—¿Que vienes para recordar a tu mujer? —preguntó entre carcajadas.
—Sí.
—Deja de decir tonterías. Si continúas mintiendo, vuelvo a chillar.
—¡Va en serio! —exclamó él.
—Vale, vale… —se excusó, escondiendo las últimas muecas—. ¿Quieres decir que tu mujer también era puta?
—No, pero se parecía a ti.
—¿A mí?
—Sí. A ti y a otras a las que veo a veces.
—¿Me tomas el pelo?
—No. Antes estaba paseando y te he visto. Tú no te has dado cuenta, claro, pero te he observado un rato. Estabas hablando con otra chica y, de repente, has fruncido el ceño y has sonreído… y ha sido como si la viera.
—¿Tanto nos parecemos? —se interesó, ya relajada.
—¿Físicamente? Pues… se parecía bastante a ti, sí. Bueno, ella era un poco más baja.
—¿Y cómo era en lo demás?
—Igual no te lo crees, pero lo que más echo de menos es hablar con ella sobre tonterías —hizo una pausa para recordar—. No sobre cualquier cosa, sino literalmente sobre tonterías. Yo decía algo que no tenía sentido y ella me seguía el rollo y luego yo tenía que continuar… ¡y estábamos tan locos que aquello seguía hasta que terminábamos diciendo algo lógico! —añadió el viejo, melancólico—. Y luego ya pasábamos a otra cosa.
—Yo a veces también hago eso.
—Sí, antes has estado graciosa cuando discutíamos. Aunque te alteras muy rápido…
—¿Sabes qué?
—Espero que no vayas a llamar a Donnie.
—No, olvida a Donnie. ¿Sabes qué? —volvió a repetir—, que esta noche vas a volver a ver a tu mujer. Como en la noche de bodas o como vuestra primera vez… pero la “buena” primera vez.
Los dos se levantaron. Ella le cogió de la mano y lo guió al cuarto. El dálmata se calmó también y los siguió.
—¿Y el perro?… ¿Vas a dejar que mire?
—Siempre lo hace.
—No sé si me hace mucha gracia que un perro me esté mirando mientras…
—Va, déjalo —insistió ella—, si es Donnie.